De lo sublime de Longino

1   Y he aquí que había de ser un hipotético profesor de retórica (o símil de crítico literario greco-romano), un clásico, quien, en datación no conocida fehacientemente, viene a desvelarnos –entre otros muy nobles en el arte de la literatura- una forma de verdad ética y estética, una forma de liberarnos de la triste realidad que lo común (incluida la política mendaz) nos depara.

Bueno es, sin duda, acudir a su consejo y compañía para no perdernos en lo más burdo, en los aconteceres que lo real de cada día nos prodiga y que, por grosero, puede llevarnos al terrible mal de ignorar que, en la Naturaleza (y el hombre como protagonista) también existe el principio de armonía, la proporción, la belleza. ¿Cómo ignorarle si viene a ser un referente de salvación espiritual, de supervivencia?

Leamos, por ejemplo: “La mejor figura es aquella que pasa inadvertida como tal figura. Y para ello lo sublime y la pasión son una defensa y estupendo apoyo contra la desconfianza suscitada por las figuras. La destreza empleada queda oculta y se sustrae a toda sospecha desde el momento en que se vincula con lo bello y lo sublime”.

El sentido de lo ecuánime, de lo bello, ha venido para redimir al hombre de esa parte oscura que pudiera traer el sólo reparar en lo material: aquello que obtura la mente y el espíritu (que también existe como realidad interior en cada uno de nosotros, y el solitario lo sabe) y le invalida para apreciar lo trascendente. Y tal sentido no solo no anula lo real-material por sí, antes bien, lo pone en valor en su justa medida.

Longino, en su enseñanza –sorprendentemente vigente- constituye, con su inteligencia reflexiva, un claro referente que convendría no despreciar, pues, “Al corrupto sólo le parecen cosas bellas y justas aquellas que benefician su interés” Y de ello es fácil deducir cuál sea el origen del mal, a sabiendas de que “la perdición de los talentos actuales se debe a la superficialidad en que pasamos la vida, pues sólo trabajamos y estudiamos por la alabanza y el placer, no por un motivo digno de emulación y respeto”.

Claridad clásica, enseñanza para siempre.

 

 

Reseñado por Ricardo Martínez

Escrito por Longino

Longino fue preceptor literario de lengua griega y publicó al menos tres volúmenes sobre su especialidad en la Roma de la primera mitad del siglo I. Su griego ágil y conciso revela gran familiaridad con el léxico de la versión bíblica Septuaginta y con la terminología estoica. En su magisterio, ignora a los poetas y autores latinos, y sólo Cicerón tiene una cortés mención concesiva. El profundo conocimiento de los textos, el íntimo distanciamiento expresivo, la defensa de la pasión y el mesurado arrebato místico hacen de él un caso eminente e incomparable de la historia literaria. La tradición no ha transmitido su nombre completo y se desconoce su lugar de nacimiento.

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96 páginas 10€

Traducción de Eduardo Gil Bera

La concepción del amor en Occidente, según Stendhal, proviene del mundo árabe medieval. Fue él el primero en advertirlo al decir que «el modelo y la patria del verdadero amor hay que buscarlo bajo la tienda gris del árabe beduino», y al estudiar, por vez primera, algunos tratados árabes de teoría sobre el amor.
Siguiendo el ejemplo de Stendhal, en este ensayo se estudian, analizan y extractan los principales libros de teoría amorosa que se han producido en el mundo árabe, entre los que destaca El collar de la paloma de Ibn Hazm de Córdoba, libro absolutamente singular pero que para su cabal entendimiento hay que situarlo dentro de esta gran tradición anterior y posterior a él.
También se ofrecen al lector abundantes traducciones directas de los textos árabes que testimonian la sutilidad de los análisis de estos autores y se comparan con algunas obras literarias occidentales. La leyenda de Maynun y Laylà, los famosos amantes prototipo del amor ‘udrı, los Romeo y Julieta del mundo árabe, es asimismo estudiada y traducida en uno de los anexos finales.