Aquellos que nos entusiasmamos con las dos colecciones de cuentos con las que un joven Zarraluki consiguió el crédito ilimitado de sus, desde entonces, incondicionales, habíamos perdido la esperanza de verlo regresar a su género fundacional. Desde la publicación de ‘Retrato de familia con catástrofe’ a la que precedió su ‘Galería de enormidades’, han pasado veinticinco años en los que se han sucedido magníficas novelas y merecidos premios pero no nuevos libros de relatos (‘Humor pródigo’ no cuenta, es antología). ‘Te espero dentro’, además de una ineludible invitación, es el mejor premio para los que todavía seguíamos aguardando fuera.
Como no es posible, ni siquiera deseable, pasar sin quebranto por la vida o esquivar todas las trampas del tiempo, en estos nuevos relatos no encontraremos el desparpajo, el esperpento, el toque surrealista o el humor vitalista de los anteriores. Pero lo que se pierde en frescura se gana ahora en solidez, porque la ingenuidad ya no es una opción y, en este tiempo, Zarraluki parece haberse decantado por un registro más amable y acogedor, como el presente en ‘Todo eso que tanto nos gusta’, su última novela.
Y es que por aquí proliferan personajes entrañables, especialmente femeninos, como Marcelina, la protagonista de ‘Teoría del saltamontes’, tan acostumbrada en su soledad al lento y lineal paso del tiempo que no acaba de entender los saltos espacio-temporales de la ficción, quiebros en la narración que no le permiten disfrutar plenamente del prodigio que supone para ella ver por primera vez una película. En ‘Suite para una sola voz’ es Antonia la que nos conmueve con su añoranza de un París mitificado por alguien que solo ha salido del pueblo para ir a Cuenca, y cuya estrategia para conseguir que el tiempo pase es no fijarse en él; mientras que a Clara, uno de los personajes de ‘Ahora mismo estamos siempre vivos’, es la curiosidad por las historias que pueda encontrar la que le permite huir de su deseo de clausurar definitivamente su tiempo.
Hay, sin embargo, cierto regusto amargo en unas vidas un tanto desoladas y a veces trágicas, un sabor que se convierte en agrio cuando el egoísmo se impone y provoca la pérdida de la ilusión. Es lo que le pasa a Claudia en ‘La niña vuelve’ al sentirse usada y, finalmente, humillada por un beso paternal de su pareja en la frente. Y hay también lugar para el error y la culpa, para la sorpresa y la venganza, para esperar un milagro o hacerse el dormido con los ojos cerrados, una forma de invisibilidad que invita a los demás a abandonar el disimulo. Pero sobre todo hay lugar para la esperanza, para dar un volantazo y cambiar de vida en el último momento, o simplemente marcharse.
Cierra el volumen un conjunto de breves comentarios que sitúan cada relato en el punto de partida de su gestación o de su carácter de ofrenda, pudiendo aproximarnos así a la materia bruta de la que el autor es capaz de hacer surgir unos personajes y unas situaciones con las que, en sus propias palabras, “reflejar ese momento especial e íntimo en el que la vida de una persona se convierte en otra cosa”.
Así que la espera mereció la pena.